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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Derechos culturales


Javier Muguerza
Autora Ana Azanza

Dado que  dedicamos alguna sesión del Mochuelo a Muguerza he pensado en este regalo navideño para todos los miembros de nuestra cofradía filosófica y amistades.
En este link se puede ver un vídeo de Javier Muguerza, hablando sobre los derechos culturales. Es uno de los mejores y provechosos eventos a los que he asistido en 2010. Dura una hora y diez minutos que en absoluto serán desperdiciados por el que se decida a verlo:

http://www.ugr.es/~filosofia/materiales/multimedia/congreso_2010/06javiermc.htm

Como filósofo español reconoció que España no es sino la provincia europea de Latinoamérica, de ahí su interés en el diálogo con filósofos del otro lado del Atlántico.

Los derechos culturales ¿son individuales y/o colectivos? es la pregunta más acuciante que se plantea hoy al multiculturalismo. En la primera parte de su conferencia Muguerza explica cómo ve él los derechos humanos, "exigencias morales de libertad e igualdad, de recibir un trato acorde con la dignidad humana que individuos y grupos desearían ver jurídicamente reconocidos, sin otra razón que su condición de seres humanos.
"I'm a Human Being", decía Martin Luther King, ¿cómo negar su condición humana a cualquiera que la afirma de sí mismo?
 Nunca serán derechos naturales, puesto que la naturaleza no produce derecho....
Derecho y justicia no son la misma cosa. Las exigencias morales de las que hablamos se hacen en nombre de la justicia y con vistas a materializarse en el derecho justo en cuanto diferente del derecho injusto.

Los derechos humanos tienen un largo recorrido en la historia y su logro es fruto del disenso más que del consenso. Como dijera el jurista alemán Rudolf Ihering, en "Der Kampf ums Recht":

 Sólo luchando alcanzarán los seres humanos sus derechos.

Muguerza demuestra históricamente la importancia de los seres humanos que a título individual o en grupo, minorías, disidentes, se han visto excluidos del disfrute de los derechos humanos. Comenzando por los excluidos del primer derecho y básico según Hannah Arendt, el derecho a ser sujeto de derechos.

En la segunda parte de su conferencia, se mete en la discusión sobre derechos culturales. Muguerza quiere mediar entre los puntos de vista opuestos del filósofo argentino Ernesto Garzón Valdés, que representaría la postura universalista,  y el filósofo mejicano, Luis Villoro, que detentaría la postura comunitarista. Reconoce que son etiquetas quizás abusivas en ambos casos.

Ernesto Garzón


Ya se ve que hay algo paradójico o al menos necesitado de una reflexión serena en el asunto de reivindicar el derecho de cada cultura propia desde un supuesto universalismo de los derechos humanos.

Ernesto Garzón, en una obra conjunta titulada "Derechos humanos y diversidad cultural. Los derechos humanos en un mundo dividido" critica la máxima de que "toda imposicion universal de derechos humanos sería expresión de un etnocentrismo moralmente inaceptable". En ese argumento se confunden el punto de vista cultural y el punto de vista moral.

Luis Villoro por su parte autor de "Sobre la identidad de los pueblos" defiende la vía de la autenticidad que deben recorrer cada uno de los pueblos, que consiste en asumir la propia historia con vistas a afianzar un modo propio de ver las cosas y de estar en el mundo. Una comunidad inauténtica es aquella que mimetiza otra, como todos los pueblos colonizados imitan al colonizador.

Villoro enfatiza la pertenencia a una cultura que nos precede, en la que nacemos y que nos sobrevive a cada uno. No subordina el individuo a la comunidad como sí hace el comunitarista MacIntyre, ni resuelve la moralidad del individuo en el Ethos comunitario.
Luis Villoro
Los derechos de las comunidades indígenas a preservar su identidad frente al estado que los engulle por medio de la educación pública, no son derechos naturales, pero tampoco Villoro sostiene que no hay más derecho que el reconocido por la ley.

El enfrentamiento con los universalistas viene por el hecho de que estos últimos defienden que no hay más derechos que los individuales. Las culturas no tienen derechos. Y los derechos son sólo exigencias morales hasta que no son recogidas por un ordenamiento jurídico.

Muguerza tercia en la última parte de su charla. Enfrenta al escéptico de los derechos humanos que fue De Maistre con el cosmopolita Diógenes de Sínope. El hombre de los derechos humanos es demasiado abstracto y no pasea por las calles, diría De Maistre, y Diógenes también aseguraba que él no se había encontrado con la "idea platónica de hombre". Sin embargo sí había encontrado individuos con nombre propio que efectivamente son los únicos que existen.

En opinión de Muguerza sólo el individuo como el de Diógenes sirve para vertebrar los Escila y Caribidis de la filosofía moral contemporánea, el universalismo y el comunitarismo.
Al universalimo más típico que sería el de Apel, se le echa en cara su abstracción, porque la gente vive en comunidades concretas, con un idioma, costumbres y religión.

Pero el comunitarismo olvida que la individualidad del ser humano lo hace todavía más concreto que su pertenencia a tal o cual comunidad.

Sólo el cosmopolitismo, como Diógenes que se sentía ciudadano del mundo, nos puede salvar de los excesos de universalismo y comunitarismo. Lo que ocurre que cuando Diógenes contestó que él era ciudadano del mundo lo hizo en griego, que era el idioma en qué podía expresarse.
Y la analogía de nuestro aprendizaje de la lengua materna le sirve a Muguerza para expresar que no aprendemos "el lenguaje" en abstracto sino una lengua. Con ella aprendemos a comunicarnos y a partir de ella podemos aprender a hablar en otra. Por lo mismo no aprendemos la moral en abstracto sino la de nuestra comunidad.

Pero con ayuda del perspectivimos orteguiano, y así lo ha puesto de relieve Aranguren, sabemos que no estamos insuperablemente adscritos a una perspectiva única como estaban los antiguos griegos a la polis.

El final de la conferencia me parece brillante:

"Allí donde la comunidad se muestra incapaz de trascender su horizonte cultural y se convierte de ese modo en sociedad cerrada en cambio los individuos inconformistas, el caso de los disidentes, podrían contribuir a la ruptura "de" y a la ruptura "con" semejante cerrazón esforzándose por transformar esa comunidad en una sociedad abierta, hacia dentro, porque los individuos no tienen por qué reducir su moralidad al ethos comunitario prevaleciente, y hacia fuera, confrontando a otras comunidades, tratando de comprender los mores ajenos desde una óptica pluricultural y hasta intercultural, entremezclándolos unos con otros, fomentando su influencia mutua y su mutua hibridación o su mutuo mestizaje."

Tomando una metáfora de Octavio Paz:
"No hay cosmopolitismo sin alas, las alas que permitan sobrevolar las particularidades e integrarnos en una comunidad efectiva universal, pero tampoco hay cosmopolitismo sin raíces, las raíces que tenemos en una comunidad....

Ser cosmopolita sería saber levantar el vuelo sin renunciar a las raíces, hay que estar enraizados sin dejarnos recortar las alas. Es la única forma en que los seres humanos pueden ser verdaderamente humanos, es decir, tales que nada humano les sea ajeno. El principal derecho cultural debería de ser el derecho a habitar nuestra cultura haciendo de ella nuestra patria, pero a tener así mismo tantas patrias cuantas culturas seamos capaces de habitar.

Las culturas están puestas para unir no para separar contra el pronóstico agorero de Huntington. Desde un punto de vista cosmopolita, con palabras de Victoria Camps: no hay culturas ni civilizaciones incompatibles entre sí, sino tan sólo modos de actuar incompatibles con los derechos humanos. Y entre esos derechos humanos están los derechos culturales, dentro de una cultura planetaria de la solidaridad."

1 comentario:

José Biedma L. dijo...

Cuando me hablan de "pueblo" o del derecho de los "pueblos" me echo a temblar. Comparto la filosofía de Pasternak... Puedo entender qué sentido tenía hablar de pueblo en tiempo de Julio César: los pueblo galo, suevo, ilirio, astur... Pero el estoicismo y el cristianismo acabaron o deberían haber acabado con todo eso: no hay más que individuos, del Real Madrid o del Barça, a los que nacieron en Úbeda o en Konakri, con gónadas masculinas, femeninas o hermafroditas, que hablan inglés, francés, fular, o son políglotas...
Como dice el amigo íntimo de Zhivago del pueblo: "[Pueblo] es sólo una invención que existe para que sobre ella puedan pronunciar discursos los zares, los políticos y los reyes: el pueblo, mi pueblo".
En el reino de Dios proclamado por Jesús, o en la cosmópolis estoica, o en la heliópolis platónica, ya no hay ni griegos ni judíos, ante Dios todos son iguales. El Nuevo Testamento quiere decir: "En ese nuevo modo de existencia pensado con el corazón y en esa nueva forma de relaciones entre los hombres que se llama reino de Dios no hay pueblos, sino individuos". Gordon (que es de origen judío) dice esto a Zhivago mientras rugen alrededor los cañones de la guerra: "La idea nacional ha impuesto a los judíos la necesidad abrumadora de ser y seguir siendo un pueblo, y nada más que un pueblo, por los siglos de los siglos, cuando, gracias a una fuerza salida de sus filas, el mundo entero se liberó de esa humillante tarea".
Decía Nikolái Nikoláyevich (pope secularizado y referente filosófico en la obra): "Cualquier forma de gregarismo es el refugio de la mediocridad, no importa si se trata de ser fiel a Soloviov, Kant o Marx. Sólo los solitarios buscan la verdad y rompen con todos aquellos que no la amen lo suficiente" (Doctor Zhivago, 1ª. 5.).