Contenidos

Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Historias del Mullah Nasruddin para filosofar

Autora Ana Azanza


Gracias a Oscar Brenifier he podido conocer un  “maestro de la vía negativa” llamado Nasruddin Hodja. Este legendario personaje que habría vivido en plena edad media en Anatolia es el protagonista de un buen puñado de historias que se extendieron por el mundo musulmán  y fuera de él. Dichas leyendas se pueden escuchar de forma superficial, quedándose en la aparente simplicidad del relato, o se pueden utilizar como relatos que conllevan una profunda carga filosófica.

Oscar Brenifier

La vía negativa es un camino filosófico bien conocido por los filósofos medievales, cuando afirmaban la negación de las perfecciones en Dios tal como las atribuimos a los seres creados. También por Sócrates, cuando para enseñar empieza por decir que no sabe nada. Sin vía negativa no habría payasos ni actores ni humoristas, ¿Qué tienen en común todos ellos?  Se podría decir que todos  "mienten para mostrar una verdad". En estas historias o representaciones lo “no dicho” es esencial, hay espacio para la ambigüedad, y por consiguiente, para la interpretación y la libertad. Al bufón de la corte se le permitían todo tipo de bromas, incluso ofensivas para el poder, y el que las hubiera tomado demasiado en serio habría sido él mismo tomado por loco. Su rol es la crítica hecha de forma indirecta.

¿Qué papel puede jugar todo esto en filosofía? Desde una filosofía al modo hegeliano no parece serio andarse con ambigüedades. Hegel decía que cuando Platón cuenta la alegoría de la caverna no está produciendo un discurso filosófico. El filósofo tiene que hablar clara y directamente, lo “desviado” es demoníaco. Ser moral consiste en decir la verdad, decir las cosas como son y comportarse según los criterios establecidos de lo bueno y recomendable.

La antifilosofía o contrafilosofía sigue como una sombra a la filosofía. Está en Nietzsche que denuncia la moral de la “pequeña razón”, la moral de las convenciones, la buena conciencia, lo correcto socialmente. También en Sócrates encontramos a un bromista cuyo discurso nos dice lo contrario de lo que dice. Héroe y mártir sería este fundador de la filosofía condenado por farsante. Normal que lo ejecutaran tras sostener, como en el  diálogo Parménides, la antilógica de que una proposición y su contraria son a la vez sostenibles y no sostenibles.

Si lo verdadero y lo falso se confunden uno con otro ya no sabemos nada. No hacemos pie. No obstante, así es como se nos da la libertad de pensar lo impensable, actitud rechazada por el hombre común y el sabio que están muy tranquilos dentro de su sistema de verdades aceptadas.

De la misma laya son los cínicos, una escuela cuyo nombre es un insulto. No se trata de aprender sino de desaprender lo convencional. Para poder pensar no es necesario enseñar y aprender principios, sino desaprenderlos.

Así que nos encontramos con que la gran tarea del profesor de filosofía: vertiginosa tarea consistente en deshacer los nudos del saber común para que el alumno pueda pensar.

Nietzsche dijo que lo que vuelve a un hombre loco es sin duda la certeza. Sócrates y Nietzsche coincidirían con Brenifier en que la mente no debe encerrarse en sus propios pensamientos. Nuestras certezas son un problema desde el momento en que nos impiden ir más allá de ellas. También era el diagnóstico heideggeriano: “lo que nos da hoy que pensar es que ya no pensamos.” Para poder ser hay que alienarse un poco de sí mismo. Ya el sabio Heráclito se dio cuenta de que la lucha de contrarios engendra el ser, y en la misma línea los cínicos rompían las convenciones comportándose de manera rupturista: teniendo relaciones sexuales en público, comiendo con las manos, viviendo en un barril…

En el lejano Oriente el maestro se comporta de manera extraña o presenta una paradoja que no explica, de manera que el discípulo medite por si mismo en el significado. Todo lo contrario de los que piensan que la filosofía sirve para ser más feliz.

Volviendo al principio de este escrito, el tal Nasruddin quizá no existió, es alguien y nadie, una persona y todo el mundo, que en diferentes historias tiene distintos roles: bufón, pescador, médico, juez, maestro….En realidad Nasruddin representa una tradición de pensamiento que es a su vez una escuela de vida. Las historias abordan cuestiones religiosas,  lógicas, sociológicas, existenciales, matrimoniales, políticas. La aparente superficialidad de muchas de ellas revelan una comprensión profunda de la realidad, incluso si es fácil quedarse en su superficie. A algún filósofo profesional preocupado por la conceptualización y el análisis le pueden parecer sin interés. Esa no es la etiqueta bajo la cual Brenifier se siente a gusto.

Nasruddin tiene todo lo que no queremos ver ni en nosotros ni en nuestros alumnos: egoísta, abusador, perezoso, idiota, loco, y precisamente la exageración de estos trazos es como un espejo para que el lector se vea a sí mismo. Nos invita a examinar y disfrutar de nuestro propio absurdo para liberarnos de todas las pretensiones que nos dan buena conciencia. Consigue que el yo se recree en su propia nada y tiene una función medicinal para la idolatría del sí mismo, enfermedad característica de la moderna cultura occidental, con su ficticia y permanente búsqueda de identidad y felicidad.

 A base de pequeñas mentiras Nasruddin hace aparecer la gran mentira de la existencia humana, y poco a poco el lector va queriendo tomar el lugar de su mejor amigo, su burro.

No teme a la autoridad, frente a ella se muestra libre y respetuoso. Cuando critica a un juez es para que se actúe con más justicia. Cuando critica a un imán, busca que se actúe con mayor conformidad al espíritu religioso. Para Nasruddin la verdadera cuestión de la autoridad es la autoridad de cada uno sobre sí mismo, basada en la verdad y la autenticidad, no en esquemas convencionales y arbitrarios.

Se produce una terrible paradoja, Nasruddin no tiene piedad a la hora de criticar nuestro inflado ego. Sin embargo se hace querer. En un tiempo en el que reina la corrección filosófica y no hay que molestar a nadie, en el que tanto se habla de ética precisamente porque falta ética, Nasruddin no intenta valorarnos individualmente y hacernos sentir bien. Filosofar es para él mostrar la nada de este ser particular, tan egocéntrico y ciego. ¿Por qué aceptar sus críticas que no aceptaríamos de nuestro mejor amigo? Quizás porque él tampoco tiene piedad consigo mismo, por eso es como el mejor hermano, el mejor “sí mismo”. Un hermano que se sacrifica para mostrarnos la insensatez que nos domina queriéndonos tanto a nosotros mismos. Una forma frustrante y extraña de compasión.

Este amigo sería como una especie de santo al revés que va un paso más lejos que Sócrates en ironía, cinismo bienhumorado, capaz de cargar con toda la estupidez, mentiras y mediocridad humanas. A pesar de su sacrificio no es un mártir, Nasruddin se ríe de nuestras ideas sentimentales que no son más que un truco que inventamos para sentirnos bien.

“Mucho ruido y pocas nueces” así se podría titular la comedia humana reflejada por todas y cada una de las historias de Nasruddin.




Me han llegado varias de estas historias de Nasruddin analizadas por Brenifier para el trabajo filosófico en clase. Algunas están en internet.
http://www.nasruddin.org/pages/storylist.html#sweetest
 Aquí pongo solamente una y el análisis que de ella hace Brenifier. El modo de trabajar sobre esta historia que trata de la imagen y el reconocimiento lo colgaré en nuestra plataforma Colabora del grupo de trabajo.

El Poeta

Un hombre con pretensiones poéticas pide a Nasruddin que escuche algunos de sus poemas para ganarse su alabanza. Sabiendo por experiencia que esto suele ser una cuestión delicada, Nasruddin intenta excusarse reconociendo su total ignorancia poética. Pero el hombre insiste animado por su plena confianza en Nasruddin y su reconocida sabiduría. Nasruddin se ve finalmente obligado y escucha pacientemente la larga declamación.
-¿Y qué? pregunta el hombre al final,
-¿Y qué de qué? contesta el sabio.
-¿Qué te ha parecido?
- ¿De verdad quieres saberlo?
Una vez más Nasruddin tiene que contestar sin remedio. Y da un juicio franco y sincero: los poemas son ampulosos, pomposos, vanos y aburridos. Al oír estas palabras el hombre se enfurece y durante cinco minutos ensarta un insulto tras otro a cual peor. Cuando se calma el sabio le dice:

-Está bien, tu poesía es atroz pero tu prosa es realmente excelente.

Análisis de Brenifier

Por experiencia sabemos que es difícil iniciar una discusión cuando los interlocutores dicen lo que piensan, por el mero hecho de que como el poeta del cuento, todos tenemos pretensiones, queremos ser admirados y buscamos ser considerados por el otro. Cuando nos embarcamos en una discusión buscamos la aprobación de nuestras palabras, hechos y de todo nuestro ser. Estamos muy preocupados por el sentido y valor de nuestra existencia, de ahí la necesidad de la mirada ajena. Por supuesto que no siempre estas expectativas las manifestamos tanto como este poeta, pero no están menos presentes como una especie de “matrix” de todo diálogo humano.

No es un misterio que la existencia humana es una construcción. El animal es lo que es, un conejo es un conejo y un tigre un tigre, sus vidas serán como las de sus padres excepto en las circunstancias. Al no tener libertad no criticarán lo que hicieron sus padres. Los animales se limitan a estar insertados en un proceso de mera reproducción e imitación. Pero cada uno de nosotros rechazamos de una forma o de otra a nuestros padres. En algún momento de nuestra vida pensamos que podemos hacer algo mejor que los demás. Incluso si el resultado final es muy similar al de la gente que nos rodea, conocemos este drama interior de necesitar articular algo que verdaderamente sea nuestro. Ya sea moral, intelectual, social o artisticamente, buscamos algún tipo de particularidad que nos dé una identidad.

Los filósofos han afrontado esto de diferentes maneras. Sartre habla del proyecto que queremos hacer, proyectamos nuestro ser en el futuro y la suma de las acciones que realizamos resumen la realidad y sustancia de nuestra existencia. Kant trata el ideal regulativo, una idea que es una guía para nuestros pensamientos y acciones, incluso cuando no somos capaces de cumplir el ideal. Habrá una diferencia entre lo que pretendemos y lo que conseguimos. Esta diferencia es denominada por Hegel “mala conciencia", la conciencia de que no somos lo que queremos ser, ni lo que podríamos ni lo que deberíamos. Además nos comparamos con los demás, esos otros que a veces tienen más que nosotros y a veces menos.
Nos volvemos envidiosos porque estamos más preocupados por lo que no tenemos que por lo que tenemos. Como los niños que en vez de disfrutar con lo que ya tienen se fijan en lo que les falta.
Ante estos fallos existenciales reaccionamos de maneras diferentes: tristeza, desesperación, enfado. Solemos decir que no nos importa cuando realmente la rabia nos reconcome. Podemos llegar a deprimirnos porque no conseguimos lo que deseamos: nos sentimos impotentes, y conseguimos incluso menos de lo que queremos. Llegamos a perseguir a la gente buscando desesperadamente la aprobación, que alguien nos dirija aunque sea unas palabras reconfortantes, incluso aunque no sean verdad. Nos lanzamos a una actividad compulsiva que nos haga olvidar nuestra obsesión. Otras veces proyectamos en nuestros hijos toda la presión que ponemos en nosotros mismos.

Podemos preguntar, ¿Por qué no aceptamos sencillamente la realidad? Porque después de todo es muy cierto que el alma humana necesita pensar en la perfección para darle algún sentido a su existencia. 




1 comentario:

José Biedma L. dijo...

Efectivamente, no se debe enseñar una filosofía, se debe enseñar a filosofar. Pero el peligro que corremos es el que corrió Sócrates: que Alcibíades entienda que, puesto que no sabemos qué es la piedad, lo mejor que podemos hacer es ser impíos... El pensamiento tiene un poder corrosivo, destructor de creencias, y el peligro es el nihilismo. Así que alguna filosofía hay que enseñar, alguna doctrina elemental hay que aprender.
Por otra parte, creo que estos procedimientos indirectos: la alegoría, el ejemplo, la analogía, la metáfora, el cuento, la poesía, la fábula... son pedagógicamente imprescindibles, sobre todo en la cultura de la imagen en que nos movemos.
Me encanta la conclusión de la entrada. Y estoy completamente de acuerdo: por eso, si no pensamos en Dios, cualquier cosa se convierte en dios (Chesterton), incluso Messi.