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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

sábado, 1 de marzo de 2014

DISTANCIA QUE NOS SEPARA DEL SIGLO DE LAS LUCES



Escrito por Ana Azanza

Acercándonos al tema de la Ilustración en segundo de bachiller y por enganchar con nuestro tema de la utopía he visto este vídeo que me ha ayudado a situar el texto de "¿Qué es la Ilustración?" en la actualidad.
Etienne Klein es físico, doctor en filosofía, profesor en una prestigiosa escuela de ingenieros parisina. Reúne en su persona una serie de cualidades habitualmente dispersas y separadas: conoce bastante bien la tradición filosófica y conoce igual de bien los debates científicos actuales en los que él mismo se ve envuelto. Sobre todo porque forma parte de una de esas comisiones de expertos creadas por el gobierno francés a las que se consulta a la hora de tomar decisiones de inversión o de investigación nacionales en determinados asuntos.



Habitualmente y así lo solemos explicar identificamos el siglo XVII con el racionalismo y el cientificismo. La ciencia tiene la verdad para los filósofos de las Luces. Y se pueden resumir sus presupuestos en los siguientes principios:
-autonomía del entendimiento humano.
-espíritu científico y crítico.
-búsqueda de la felicidad en vez de la salvación
-finalidad humana de todos nuestros actos por tanto.
-desplazamiento de la universalidad y de los sagrado de los dogmas eclesiásticos a los derechos humanos.

En el artículo de Kant que comentamos "¿Qué es la Ilustración?" queda patente el lema de la Ilustración. Hemos de servirnos de nuestro propio entendimiento. Sin embargo incluso hoy tendríamos que preguntarnos seriamente de si en cualquier ocasión y a propósito de cualquier tema, somos capaces de seguir este slogan kantiano. Además en la sociedad posmoderna en la que vivimos no es infrecuente que se reduzca la "autonomía del entendimiento" con el propio capricho en respuestas como que "para saber qué es el tiempo, no necesito escuchar a Einstein."

Hoy el obstáculo al ejercicio de la autonomía del entendimiento sería lo políticamente correcto. ¿Somos capaces de superar esa corrección en nuestros juicios y pensar por cuenta propia? 

Kant con respecto al progreso que sería la utopía del siglo XVIII no apunta a una meta particular. No diseña una sociedad en la que esté muy claro cómo tiene que ser su disposición y sus leyes para que sea una sociedad feliz. Otros ilustrados como d'Alembert, incluso cuando se hallaba en la cárcel esperando su condena a muerte, rezumaban optimismo sobre la hipotética sociedad del futuro iluminada por la razón y su mejor fruto, la ciencia. 

En realidad una faceta de la realización de la utopía de la que no hemos hablado hasta ahora en nuestras reuniones y que Etienne Klein pone de relieve es el sacrificio. Los ilustrados confiaban en que el sacrificio, el duro trabajo en el presente repercutiría en consecuencias positivas en el futuro. No podemos dejarnos llevar por la pereza, hemos de sacrificarnos por el futuro de las siguientes generaciones. Esta idea de sacrificio está presente en la sociedad que tiene un idea más o menos sagrado por el qué luchar. El ejemplo pertinente en 2014 es que estamos celebrando un siglo exacto del comienzo de la primera guerra mundial, un conflicto particularmente sangriento. El sacrificio va unido al valor sin remedio. 

En efecto, los soldados de la gran guerra, los llamados coloquialmente "poilus", se sacrificaron por decenas de miles en nombre de la nación. Una auténtica carnicería, 80.000 muertos sólo en el primer día de la batalla del Somme. Me pregunto si los nacionalistas actuales que tanto ruido hacen estarían dispuestos a sacrificar la vida por ese ideal. El Progreso con P mayúscula era una utopía y era una trascendencia. Creían que el progreso en cualquier campo, técnico, científico o político llevaría a progresar en todos los demás ámbitos de la vida.  Creer en el progreso significa creer que el mal que hoy padecemos, el sufrimiento y el esfuerzo que conlleva nuestras luchas y nuestro trabajo revertirá en bienestar, felicidad, mayor justicia para los que vengan detrás. Y quizás tanto en Francia como en España, en nuestras respectivas sociedades, nos hemos desilusionado.

Como dice Klein en un momento del vídeo hemos perdido la ilusión y esperamos que las cosas cambien sin trabajar para que cambien. Esperamos que la "curva se revierta", aunque en física parece que no tiene sentido decir que una curva puede reinvertir su trayectoria, los creyentes de la economía repiten el mantra. Esperamos "que las cosas cambien". Sin trabajar por el cambio, que "el crecimiento vuelva" es un "esperando a Godot". ¿Podemos sacar algo bueno de lo negativo? nuestro problema, dice, es que no sabemos que es lo negativo. En España sí sabemos qué es lo negativo, una cultura establecida de que con la inmoralidad se llega antes y más lejos. 

Kant no dibuja con caracteres nitidos cómo será la sociedad del futuro.  Platón lo hizo en la República, y es lo que se le ha echado en cara, algunos como Popper vieron en la primera utopía de la historia el modelo de los totalitarismos. Un proyecto de civilización en el que se sabe a ciencia cierta en qué consiste el bien, da lugar a experimentos terribles como lo fue el nazismo o el bolchevismo, ideas muy dibujadas de quién entraba y quién no en el proyecto. Pero hoy nuestro problema es justo el contrario, no estamos dispuestos a sacrificarnos ni siquiera por los valores que más invocamos en nuestras clases. Libertad, tolerancia, respeto a todos, se convierten así en ficciones vacías. Ese sería un primer diagnóstico fácil de hacer sobre nuestra civilización hipertecnificada, hipereconomizada y en crisis.


Pero la posmodernidad entendida como crítica de la modernidad ya está en el siglo XIX. Así lo demuestran los escritos de algunos que se dieron cuenta de los efectos perversos del progreso, léase Dickens, Baudelaire o Marx. El texto de Baudelaire de 1855 en el que critica la pretensión desordenada de progreso dice así: 

"Es un error muy a la moda y del que quiero protegerme como del infierno. Quiero hablar de la idea de progreso, ese concepto oscuro, invención del filosofísmo actual, proyectado sin garantía ni de la naturaleza ni de la divinidad. Esta moderna linterna arroja sombras sobre todos los objetos de conocimiento. La libertad se desvanece, el castigo desaparece. Quien quiera ver claro en la historia tiene primero que apagar ese pérfido fanal. Esta idea grotesca que ha florecido sobre el terreno podrido de la fatuidad moderna, ha descargado a cada cual de su deber y ha liberado a toda alma de sus responsabilidades, ha liberado a la voluntad de todos los lazos que le imponían el amor a la belleza."

A pesar de estas diatribas posmodernas avant la lettre contra el progreso, de vez en cuando surgen rehabilitadores del mismo. Por ejemplo, Rocco y Bainbridge son dos científicos norteamericanos que en 2002 hicieron un informe sobre las nanociencias en el que aseguraban que ya hemos sacado las lecciones del progresismo ilimitado que nos ha dado el siglo XX. Podemos seguir confiando en la utopía aunque recortada o con más prudencia.

Pero si algo nos ha enseñado el siglo XX y es una lección que tenemos pendiente de aprender definitivamente es que vivimos en un mundo de recursos finitos. La biosfera es nuestro hogar y es un mundo agotable. No tenían ni vieron el problema ecológico en el siglo XVIII. Hoy hemos vuelto a poner los pies en la tierra. Sí, Copérnico tenía razón, Galileo tenía razón: la tierra no es el centro del mundo. Pero nosotros somos terrícolas sin remedio. Quizás se puedan mandar algunos individuos de ambos sexos al espacio a colonizar mundos inhabitados, por retomar la utopía cibernética de la ciencia ficción y sus seres conectados a máquinas capaces de vivir en otros planetas. Sin embargo, la humanidad como tal no se va a poder trasplantar a otro sitio. No tenemos otros sitio más que este como tal humanidad. Somos geocéntricos. Hemos vuelto a la finitud del mundo de los antiguos.

La finitud del universo aristotélico-ptolemaico era una finitud a priori. La finitud del mundo como la vemos hoy es consecuencia de que hemos visto que no le habíamos preguntado a la naturaleza si sus recursos eran infnitos. Y hoy la naturaleza tiene algo que decirnos y nos lo va diciendo.

El problema se nos plantea a todos los habitantes conscientes del planeta ¿Qué hacer con los saberes y los poderes que nos ofrece la ciencia? ¿quién decide hacia dónde debe ir la investigación, las inversiones? Son asuntos demasiado serios para dejarlos o sólo en manos de científicos, o sólo en manos de políticos. Son asuntos que nos conciernen a todos. 

1 comentario:

José Biedma L. dijo...

¿Cabe un pensamiento utópico que desprecie el progreso? En cierto sentido, es verdad que Heliópolis es una utopía regresiva, estatificadora. Nostalgia de una meritocracia prudente y valerosa. Pero Platón no cristaliza la idea del bien. Dice de ella que, quoad nos, sólo cabe un vislumbre. Sólo cabe acercarse a una concepción ecuánime de Utopía mediante una dialéctica infinita.
Está el problema de la sostenibilidad. Recordemos a Lovelock: el planeta es un superorganismo y puede que se canse de nosotros si lo tratamos mal.
Iniciativas concretas, conseguidas mediante esforzadas reformas, quizá sean más efectivas que promesas de paraísos próximos logrados mediante revoluciones sangrientas.
Kant sí determinó la utopía de una sociedad cosmopolita que hiciese compatible libertad y justicia, una sociedad en paz perpetua.
Cito para acabar el caso de Amy Smith, con su proyecto eficaz de proporcionar ingenierías elementales a los países subdesarrollados. Invertir el talento en la resolución de problemas reales. Los europeos debiéramos aprender de los usamericanos, también en filosofía, un cierto pragmatismo...