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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

jueves, 28 de enero de 2016

JAEN BOMBARDEADA



Me quejo con frecuencia del poco valor de nuestros escritores, poetas y filósofos. He aquí según estimo un español que estuvo a la altura de las circunstancias y pagó con cárcel y con la vida. No le valió tener amigos curas, no lo pudieron salvar. Un talento, creatividad y testimonio a la par. La creatividad con fundamento, sin pose,  “juguemos a ser creativos”.



Me ha encantado este texto de Miguel Hernández, el cabrero poeta de Orihuela. Escrito en plena guerra civil y cuyo tema es la “ciudad donde resido”. Lo he rescatado ordenando los papeles del Mochuelo pensativo que a lo largo de estos años hemos ido acumulando y lo pongo aquí para disfrute del que pase y conozca esta ciudad:
 
Conocí más de cerca de la persona de Miguel Hernández gracias a una película y un documental que pusieron en la televisión pública en otras épocas en que veía la televisión pública.
Si lo han programado en esta etapa no me he enterado. Estimo que se debería de insistir más en difundir su figura y su obra, porque las dos son ejemplares, y andamos faltos de compatriotas intelectuales cuya vida y obra vayan al unísono y no sean una caricatura o encubrimiento de la otra.
El bombardeo de Jaén capital por la aviación alemana tuvo lugar el 1 de abril de 1937.
 

LA CIUDAD BOMBARDEADA
Miguel Hernández

La pedregosa ciudad de Jaén, graciosa, lunar y solar a un tiempo, vivía de espaldas a la guerra de su pueblo, de su patria contra los que la invaden y la inundan con pólvora, traición y asesinato. Los constantes diluvios de bombas de los trimotores italianos y alemanes no salpicaban con sangre la cal de las paredes de Jaén que, en general, se recostaba al sol de sus balcones y sus puertas y dejaba pasar la guerra, contemplándola como un espectáculo y comentándola como un espectador. Escasos eran quienes daban importancia y crédito a los sucesos que se desarrollaban en Madrid y en los demás frentes de lucha, y eran muchos los que disculpaban, y hasta aplaudían en lo íntimo de su corazón, la criminal introducción del fascismo en España. Jaén tenían corazón casi sordo, casi ciego, casi insensible a las generosas oleadas de sangre que andan desplegadas sobre el solar hispano desde el 19 de julio de 1936.

Voy creyendo que para que un pueblo, un hombre, un español, sienta los sufrimientos de otro es preciso que posea también sobre el las desgracias que al otro aquejan. Estoy viendo que el soldado más consciente, con menos flaquezas y más capacidades, es quien más atropellado ha sido por la vida.
 
Digo que Jaén yacía indiferente a todo, dormido en un sueño blando de aceite local. Un día, como respuesta a una victoria de nuestro Ejército sobre el suyo, Queipo de Llano manda, ahuecado y chulo como siempre, sus arrasadores aeroplanos contra la dormida ciudad de Jaén, que se revuelve despavorida y ve de cerca, y se convence de la violenta verdad, la obra del fascismo sobre sus criaturas. Jaén es bombardeada: la trilita sacude y revienta hasta las piedras más profundas de la ciudad, y se derrumban las casas, y las mujeres madres no saben en qué rincón meterse con sus hijos, y los muertos inocentes, los destrozados, son una sangrante cantidad de cabezas, de brazos, de carne desconcertada. La cal y los ojos de Jaén se humedecen. Con cara de cadáveres ante los espejos, aceituneros y barberos calculan en las barberías el número de víctimas; en la plaza se repite el cálculo; en las calles se anda con tristeza y temor, y en el cementerio necesitan venganza a su inhumana muerte niños, mujeres, ancianos que no habían cometido otro delito que el de nacer y vivir.

¿Ha despertado ya Jaén de su modorra incrédula y moruna? Todas sus bocas llaman asesinos, y no se hartan de llamarlos, a los que han cometido en su población un acto más de destrucción inútil. Ero yo veo que muchos de sus hombres se conforman con gritar y se previenen contra otros posibles bombardeos, yéndose a vivir debajo de los olivos. Esta actitud estática, pasiva, fatalista y torpe exaspera al combatiente más templado. ¿Por qué no se ocupan esos hombres en la construcción de refugios para sus hijos y esposas, o por qué no colaboran con los que llevan nueve meses bajo la lluvia y las balas, conquistando la tierra que a todos nos quieren arrebatar? Hombres veo que cuando Jaén quedara totalmente destruida, cuando no tuvieran un rincón donde meterse, ocuparían los nidos de los ratones y allí se dejarían matar sin hacer otra cosa que lamentarse.

Jaén ha de despertar de un modo definitivo. La sangre que aún huele sobre las losas lo exige. Sus hombres han de combatir al fascismo con el mismo empuje que los sevillanos, cordobeses y granadinos que luchan en los frentes de esta provincia. Debe avergonzarles ser salvados por españoles de otros campos y no salvar ellos mismos su tierra.. Y sus mujeres han de alzar el puño crispado, colérico, cuando los trimotores negros vengan a asesinarlas sobre la capital de la aceituna.

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