Contenidos

Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

jueves, 11 de agosto de 2016

AMBIGÜEDAD DE DON QUIJOTE

Sobre una conferencia del profesor Pedro Cerezo, la cual tuvo la amabilidad de enviar dedicada a esta Quinta de sus amigos.

Al gran maestro de filosofía Pedro Cerezo no se le escapa la potencia simbólica de la gran literatura, que entiende como transposición o experimentación del mundo de la vida en sentido husserliano (Lebenswelt). El saber narrativo interpela y orienta la filosofía en su tarea de aclaración reflexiva de la condición humana en sus primordiales intereses. Por ello, el espíritu del mito resulta imprescindible si queremos completar y limitar razonablemente el objetivismo cientifista, pues en efecto, mediante la reflexión crítica de los grandes relatos, vivimos y asumimos la experiencia de nuestras paradojas, procurando transformarlas en sentido histórico, pero también biográfico.

El Quijote no es solo importante por iniciar la fórmula de la novela moderna, sino que también ilustra un símbolo del sujeto moderno, empeñado en la invención de sí mismo, una vez se ha deshecho el universo ético de la épica medieval. El mito recoge la paradoja, y paradójico es que mirando don Quijote nostálgicamente atrás, al mundo medieval de los caballeros andantes, lance su proyecto vital hacia adelante, para remedio de entuertos y desafueros presentes y futuros.

Obviamente, el Quijote no se agota en su dimensión de sátira burlesca de los libros de caballerías, ni don Quijote es sólo un loco estrafalario cuyas ridículas aventuras nos hacen reír. A juicio del profesor Cerezo, el enigma del Caballero de la Triste Figura reside en la ambivalencia que atraviesa todo el texto cervantino.

El Quijote –dijo Ortega- es la epopeya del eterno y esencial derrotado: la imaginación poética idealizadora sometida a la crítica realista deviene ilusión, decisiva ilusión pues la ilusión es un tónico imprescindible de la voluntad. El Quijote es crítica, pero también restablecimiento de la belleza imaginativa frente a todo posible escepticismo.

Si bien el gran error de don Quijote fue confundir la literatura con la vida, también es acierto de Cervantes probar que la vida es poca cosa sin la literatura. Sin la ficción sublimadora, los encantos y la perfección de Dulcinea del Toboso se reducen al prosaísmo aldeano de Aldonza Lorenzo, mencionada mucho en la novela y que jamás aparece “en persona”.

La continuidad de la novela de Cervantes con los intereses humanistas del Renacimiento es indudable. Representa el buen sentido, lo razonable. Lord Shaftesbury fue –según Cerezo- quien mejor calibró el alcance moral de la crítica cervantina al ver en ella, en el humor del Quijote, un antídoto eficaz contra el entusiasmo. Pero también aquí asoma la ambigüedad y al paradoja porque no cabe duda que el entusiasmo, don y manía divina según Platón, está en el origen tanto de la creación poética en particular, como de la actitud creadora en general, incluida la creación científica. De ahí que el Quijote se preste, tanto a una lectura ilustrada, que acentuará su racionalismo, como a una lectura romántica.

Don Quijote es a la vez un héroe ridículo y visionario: un héroe irónico. F. Schlegel escribió que la actitud irónica nace precisamente de la comprensión de la esencia paradójica del mundo. Únicamente una actitud ambigua puede abarcarlo en su contradictoria totalidad. Su tema, el del Quijote, es por ello: la lucha entre lo real y lo ideal.

En español, fue Miguel de Unamuno quien recreó apasionadamente la condición romántica del personaje de Cervantes en clave existencial de agonismo quijotesco: contraste irresoluble y doloroso entre la idealidad de la libertad, justicia, belleza, amor a la gloria…, y la prosa utilitaria del mundo. El caballero de la fe y la virtud (don Quijote) con su desnuda voluntad se empeña en espiritualizar el mundo mediante la propuesta de un humanismo tan perfectamente heroico como inútil.

En su interpretación, Ortega prefirió la línea ilustrada, hegeliana. El Quijote critica a los héroes del “puro esfuerzo” cuyas acometidas contra la realidad conducen a la melancolía. De la contradicción entre el idealismo abstracto y el crudo realismo sólo puede surgir un morboso conflicto de funestas consecuencias, pues 

“si la idea triunfa, la materialidad queda suplantada y vivimos alucinados. Y si la materialidad se impone y penetrando el vaho de la idea reabsorbe a esta, vivimos desilusionados”. 

Ortega aprecia el régimen de equilibrio entre cultura y vida que Cervantes nos propone para no vivir ni alucinados ni desmoralizados.

¿Realismo versus idealismo? Entre las virtudes mismas hay contienda (también entre los vicios, todo hay que decirlo). Como en el derecho (‘summum ius, summa iniuria’), igual existen contradicciones en la justicia. Y la sabiduría, ¿no se vuelve presunción en la imprudencia de no reconocer sus límites? Tragedia de la vida que se vuelve cómica (aún en los entierros), heroico alarde, brava embestida transformados en bufonada. Secretamente, la tragedia linda con la comedia. Cuando todos se tumban borrachos o adormilados, Platón pone en boca de Sócrates que sólo el poeta trágico es también autor de comedias. Si a la estatua del Laocoonte  se le quitan las serpientes, su lucha trágica deviene bostezo cómico. Ambigüedad de la virtud y el vicio. Kierkegaard nos recuerda que el lujurioso puede ser un fino amante; poseer el disoluto un fino olfato ético; y el ateo –tal que Nietzsche-, un profundo espíritu religioso.


Don Quijote es un loco entreverado de cordura y un visionario frenético. A despecho de la realidad, se empeña valeroso en determinar libérrimamente el sentido de su vida. Sus rasgos son la hipérbole prematura del sujeto moderno, engastados en un hidalgo antiguo y decadente: el yo como autoconciencia volitiva, la autoestima inalienable de la propia dignidad, forjada en el mérito del esfuerzo y la virtud. Se trata de una identidad que abreva sus sueños de gloria y de futuro en la utopía de una remota y pretérita edad dorada.

La exageración del personaje ilustra los excesos de tal sujeto moral: su actitud absolutista le lleva a la arrogancia y la desmesura. Y la visión del ideal le vuelve ciego para el valor de lo cotidiano. Ambas lecturas, la ilustrada y la romántica son legítimas. Doble faz del héroe ambiguo, de lo sublime a lo ridículo, como el sileno de Alcibíades que representó a Sócrates al final del Banquete, feo y bello a la vez.

Cabría desde luego una tercera lectura que, a través de la sátira de todo entusiasmo condujese a la angustia existencial, nihilista, cuya salida solo cabe en el salto mortal de la fe (Kierkegaard) o en la caída bestial a la nada. Pero para el humanismo cervantino, muertos los caballeros andantes, sólo quedan los hombres a secas. Muerto el héroe, nos salva el llano y sencillo buen humor, el buen sentido, el instinto de sociabilidad, la voluntad de comunicación con el otro, el juicio reflexivo elaborado en común.


No hay comentarios: