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Depósito de ponencias, discusiones y ocurrencias de un grupo de profesores cosmopolitas en Jaén, unidos desde 2004 por el cultivo de la filosofía y la amistad, e interesados por la renovación de la educación y la tradición hispánica de pensamiento.

sábado, 28 de abril de 2018

LA REPÚBLICA DE BADIOU

La República de Badiou es una recreación del texto platónico realizado a gusto del filósofo francés. Se trata de un texto que no sigue el orden ni siquiera la división en libros tradicional sino que arranca en 327 a con una conversación de Sócrates con Glaucón y Amaranta, mujer amiga de la filosofía que sustituye a Adimanto. Y en el que Badiou hace gala de un conocimiento exhaustivo de la literatura griega que mezcla con referencias filosóficas e históricas contemporáneas. El resultado es fascinante, un Sócrates de hoy, que nos habla de la justicia y la injusticia en nuestra sociedad contemporánea, con envidiable estilo literario.


Badiou ha trabajado durante diez años sobre el texto de la República para escribir la suya, y explica que hoy más que nunca necesitamos que se nos recuerde que “lo sensible que nos teje participa de la construcción de las verdades eternas” ( del Prefacio).
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He escogido un fragmento:

-“Se puede llevar más lejos el paralelismo, dice Glaucón. La desmesura anárquica en la cultura del espíritu produce una desorientación colectiva. La desmesura anárquica en el cuidado del cuerpo produce la proliferación de enfermedades imaginarias.

-Es cierto, aprueba Sócrates, Y si desorientación y enfermedades mentales se esparce en un país, sólo se verán florecer, en términos de instituciones, tribunales y hospitales. Incluso la gente inteligente y de buena salud se precipita allí. La necesidad endiablada de médicos y abogados es el signo más seguro de una enseñanza pública declinante y vulgar. Por eso esa necesidad termina por afectar a todos los sectores de la sociedad. Si reflexionamos bien, es una vergüenza, y la prueba decisiva de una ausencia de educación, que lo que es justo para uno mismo sólo pueda ser fijado por otros, a quienes erigimos así en déspotas de nuestra alma, sólo porque nosotros mismos somos incapaces de dirigirla.

Ahí Sócrates se embala. Su tono enfebrecido deja atónita a la asistencia:

-¡Vergüenza a aquel que no solamente pasa lo esencial de su vida en los tribunales, ya como acusado, ya como querellante, sino que, colmo de la vulgaridad, estima perfectamente normal vanagloriarse de ser un experto en injusticia! ¡Vergüenza a aquel que se pavonea porque es capaz de insinuarse en las sinuosidades del sentido, de deportarse a buen puerto por las puertas que importan tan sigiloso en los trasfondos de los embates que veloz evitará se haga justicia! Y todo eso por asuntos insignificantes desprovistos de todo valor, porque nuestro hombre ignora que la vida verdadera se ordena según la belleza de su verdad inmanente, sin que haga falta recurrir a un juez indiferente que ronca y vaticina.

-¡Por todos los dioses, qué diatriba!, -puntualiza Amaranta.

-Y -retoma Sócrates- otro tanto diré de aquellos que siempre están metidos en el consultorio de su médico,, y singularmente en el de sus “psi”. Desde luego si uno resulta herido en un accidente, si una epidemia lo clava en la cama con una fiebre caballuna, si un cromosoma mal formado le eclipsa el cerebro, tiene que hacerse tratar. Y aquel cuya organización simbólica está afectada por un drama originario, lo cual obstaculiza su devenir Sujeto, tiene mucha razón en echarse en el diván de un analista. Pero muy a menudo se trata, mirándolo bien de cerca, de nuestra pereza, de una voracidad que disimula la inapetencia por toda verdad, de una melancolía inducida por nuestra cobardía política, DE LA IMPOTENCIA NEURÓTICA EN LA QUE NOS SUMERGE LA INFECTA ACEPTACIÓN DEL MUNDO TAL COMO ES. Es todo eso lo que a los sutiles descendientes de Charcot, de Freud, de Lacan, les impone clasificar, mediante la ciencia de los nombres complicados, nuestros humores pantanosos, los vapores de nuestras noches macilentas: psicosis maniaco-depresiva, neurosis de angustia, paranoia, histeria, fobia, neurosis obsesiva, síndrome de abandono, depresión severa, astenia psíquica... ¿No es este un panorama erudito de la vergüenza moderna?

-Sí -dice Glaucón- con sólo oír esos nombres ya soñamos con una noche de vampiros.

-No hay más que ver -agrega Amaranta- el paquete de filmes gores y sórdidos donde pululan los locos, que son el símbolo de nuestra fascinación por lo que descompone a los sujetos.

-¡Ah! -exclama Sócrates- volver a los tiempos de Asclepio, incluso antes de Hipócrates! Esa medicina campechana que se ve en Homero... En el canto 11 de la Ilíada, creo, Euripilo está herido y para curarlo, una mujer le da un remedio inventado por Patroclo: vino de Pramno, espolvoreado con harina y queso rallado. Hoy en día, se diría que un remedio de este tipo no puede sino aumentar la fiebre. En Homero todo el mundo está encantado con él, ¡incluso el enfermo!


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